Silencio
Por Juan Soñador Rivera
Silencio,
ante tu mirada
mi pensamiento es
un cielo hambriento de estrellas.
Por Juan Soñador Rivera
Silencio,
ante tu mirada
mi pensamiento es
un cielo hambriento de estrellas.
Yo nací, de la frente
de mi padre,
no de un cálido vientre
de mujer.
Quizá por eso,
mis ojos de búho
desde siempre,
incluso muy de niña,
manifestaron al mundo
su tristeza.
Para mí no hubo nanas,
ni arrullos,
o lactancias,
ni juegos infantiles
o el vértigo
de una caricia tierna.
Yo nací del orgullo
de mi padre.
No tuve juguetes,
sólo libros,
máximas
y su orgullo
sin besos.
Con el paso del tiempo
aprendí a sonreír
sólo por compromiso.
A imitar la emoción
de hallarme viva.
Sin embargo,
me asusto todavía
si con cierta frecuencia
alguien me llama: “bella”.
Yo que tanto conozco
no he aprendido
los juegos
de los hombres.
Esas frases…
las fórmulas confusas
de cualquier seducción.
Por eso ahora te ruego.
Intenta tú entenderme,
si acaso me equivoco,
si no sé…
También cuando yerro,
con frecuencia.
Entiende:
soy muy torpe
al hablar del amor.
Por José Luis García Herrera
El sol apura el día vestido con túnica carmesí.
El bosque se oscurece bajo un cielo de tormenta.
La luna se dibuja coqueta entre las nubes.
Una ventana se cierra en una calle estrecha.
Y la vida, nostálgica, se busca a sí misma
entre las cuatro paredes de una habitación mínima,
entre los anchos muros encalados y un crucifijo
frente a la estantería de los libros antiguos.
Un hombre fuma en pipa, respira hondo y tose,
escribe sobre papel ahuesado palabras de acíbar
que se pronuncian huecas si las lágrimas no surcan
las mejillas rojas de un dolor en carne viva.
Y es la ausencia quien aviva ese canto de cisne,
el ligero perfume de romero asido a la ropa,
el eco de una voz que pervive en las alcobas
y apremia en la amargura de otra noche honda.
El vino consuela, pero sólo al principio,
y un mastín se convierte en el mejor amigo.
Pasos nocturnos resuenan en los largos pasillos
cuando el insomnio insiste con su canto añejo.
Y sin quererlo nunca, se desea la muerte.
Bastaría tan sólo un salto y cerrar los ojos.
Pero sería cobarde no honrar su nombre
o dejarse llevar por los malos momentos.
Cada día las flores esparcen su misterio,
la luz penetra por la ventana abierta,
el frío de la mañana despierta el espíritu
y las huellas del tiempo cicatrizan la herida.
Pero la melancolía maneja el timón de la sangre,
los días tienen horas de luz y de tiniebla,
una mirada roja baña en lágrimas y besos
la fotografía que reposa sobre la mesa.
De los caminos hurta el aroma del barro
y regresa cabizbajo con un manojo de lilas,
absorto en un mundo de sombras grises
que danzan alrededor de sus pupilas sombrías.
El todo y la nada se funden en un puñado de tierra,
en esa tierra hostil que la guarda y la protege,
en ese pozo de sueños quemados como brezos
que escuece en el corazón más que las ortigas.
Los hijos regresan a su tierra cada verano.
Ellos prolongan su fe y su esperanza en la vida,
alargan la llama del amor más hermoso
que palpita en sus venas como un océano.
Pero el silencio es más hondo que la noche misma,
más amargo que el tiempo vivido sin ella,
tan injusto como la triste verdad de los adioses
y tan frío como la voz desnuda del vencido.
Cada noche una estrella le sonríe en lo alto.
Es el alma dorada de una mujer de azúcar.
Era tan dulce su existencia en la tierra
que él aún guarda en sus labios restos de almíbar.
Un papel en el escritorio recoge un poema,
las palabras más puras que destila la sangre,
el dolor más profundo y abiertamente eterno,
la verdad que trasciende desde la piel al hueso.
El sol se despide desde un corcel negro.
Una campana repica a lo lejos, sin rumbo.
Una ventana se cierra en una estrecha calle
y un hombre, tras sus manos, llora vinagre.
Por Joseabril Pavia
Yo soy nuevo en el mundo y no porque sea un niño de escasos años, pues el mundo lleva viviendo millones y yo apenas unas décadas, eso me hace nuevo en él al igual que a todos ustedes, como muchas de las cosas que nos rodean hoy en día, cosas materiales que utilizamos a diario y para juicio de muchos mejoran nuestra calidad de vida.
El mundo hoy en día sigue girando, no ha cambiado por voluntad debido a que nosotros lo hemos destruido discriminadamente desde que posamos nuestros pies en él. Ahora nuestra huella es más devastadora, destruimos sus bosques porque no son nuestros; contaminamos sus mares a pesar de que de ellos obtenemos nuestro alimento; matamos su fauna, su flora y por si eso fuera poco nos matamos entre nosotros mismos porque nunca estamos satisfechos. Siempre queremos más de lo que tenemos, incluso yo ahora que no sólo quiero la paz de los que me rodean, sino la de todos ustedes que pueblan la tierra.
¿No les cansa un mundo así? En donde en cualquier lugar que mires la gente robe, mate, viole, y pisotee los valores para enriquecer a pocos o simplemente beneficiarse. Ese sí que es un mundo agotador; cansa, enferma el alma y la atosiga. Me pregunto qué vendrá en el futuro para nuestros hijos, porque ya corren estas calles, lloran en sus cunas y también son objetos del hambre devastadora del hombre por destruirlo todo. Sí, eso no es de creer porque tú miras alrededor y no pasa nada. No te ciegues, está pasando aún más allá de donde puedes mirar.
El mundo cambia porque nosotros lo estamos cambiando, somos una plaga que todo lo destruye, unos más que otros que usan curas milagrosas para protegerlo, aunque a veces siento que somos insuficientes. Duele la maldad, da tristeza en la gente que se destruye quitándole a los demás sin siquiera pensarlo, y no sólo ricos que les quitan a pobres porque el hambre de la ambición está en todos los niveles; pobres robando a pobres y ricos, y ricos robando a ricos y pobres.
¿Lo entiendes ahora? Es nuestro mundo el que contaminamos con ira, deshonestidad y falta de razonamiento para entender que todos tenemos derecho de estar aquí, ser felices y crecer en paz, en calma con los nuestros a pesar de ser diferentes. La tierra se nos ha dado para cuidarla y hacerla un paraíso, no un infierno como hasta ahora lo hemos venido haciendo desde hace tanto tiempo, es triste esta realidad.
Lamentablemente un escrito, una voz, incluso un pueblo entero es poco para evitarlo, porque insisto el mundo es de todos y mientras no aceptemos de corazón esa idea seguiremos negando la existencia del otro destruyéndolo. Seguiremos siendo una plaga maligna que destruye, contamina, cercena e intoxica la tierra que pisamos; el aire que respiramos; las sonrisas que miramos de todos los que amamos, pues todos somos una familia de idiomas, costumbres y colores diferentes. Estamos viviendo en un sólo punto del vasto universo y eso nos hace hermanos, hermanas, padres, madres, hijos, hijas o cualquier lazo de hermandad que te venga a la mente y que implique la bondad recíproca.
Es triste esto que se lee, pero también enterarte que somos nosotros mismos nuestro peor enemigo y también para el planeta que siempre hemos llamado hogar. Si no empezamos por entender eso, jamás remediaremos el problema. ¿Cuándo realmente cuidaremos y protegeremos el lugar que se nos ha dado? Porque todos, absolutamente todos nos lo merecemos, ¿o qué poder divino te ha tocado a ti, para creer lo contrario?
Ensayo atemporal del amor nunca terminado
Por Aarón «Vaca Roja»
Para Hania
El vacío de un alma puede compensarse con la serenidad de un par de pestañas. Visiones rústicas de lo que posiblemente es el embrujo del romance cotidiano, pero magia indebida, saludable, de luz casi protectora, nos evoca a creer en la realidad del amor. Sensación que recorre el cuerpo y hace latir desmesuradamente los tres corazones de un pulpo, una bocanada de aplausos que palmean la cabeza retrocediendo un poco en la marea de emociones, el inicio de la promesa divina por mirarnos es una casualidad, y no sé a qué deidad agradecerle el bendito momento; llámese choque automovilístico, fiesta con desconocidos, plática en el autobús o recibimiento en un autoservicio. No hay un truco chamánico existente que conduzca un par de cuerpos como imanes hacia la colisión de dos mundillos aferrados a un torre de Babel.
Atado de pies a lo que posiblemente sea un escape estropeado por no caer en el anzuelo, dejas abierta la presa y la corriente no hace más que conducirte, chocando y fermentando ideas del futuro con aspecto morado. Es una ópera que ruega por seguir entreteniendo, taladra los oídos con dos perros pegados a las orejas, el tiempo ingrato va de paso a través de los inicios y finales de tus latidos, enciende mechas que creías haber apagado, crea cuentos con ilusiones tan creíbles que juramos estar ahí. La soga de los ideales amorosos nos ahorca cada vez más en la búsqueda de la perfección casi glamorosa, y como si de un volcán se tratase, emergen grandes titanes que reclaman tu cabeza.
Hay miedo en las mariposas que revolotean entre órganos digestivos, escuchas el gruñido de un poema a medianoche que seca lágrimas y abre heridas, las lenguas universales atontadas por la sumisión misma de creer seguir sin remordimiento. Al noveno día rezas desconsolado a un pozo humeante, refleja una guillotina cubierta de jade y oro que te señala el pésame irremediable de las tempestades, los presentes absortos de toda objeción lamentan tu decisión, y piensas: “Casualidad de tres tiros a la sien”.
A tu paso chocan las piedras drenadas del rincón de besos que se juró, y opacado por la nublada silueta que gobierna el dolor de tu pecho, a galopadas la suerte que te alcanzó corre para no verte más, el mundo se oscurece ante las pesadas lagañas que la noche te heredó. Feliz coloreas los rastros masacrados del ayer, y en el hoy piensas en un caldero de mentiras que envenenan tu control, decides por ti y por mí.
Abriendo paso al fatídico día, escala desde el fondo la ambición que al compás de las palabras que salen de tu boca ignoran el dolor inexistente para tus párpados, es más una bruma de caprichos por conceder la juventud de la libertad eterna. Te has vuelto el jinete sin montura cazador de buenas intenciones, cruel esclavista inglés que ejerce la fuerza bruta con el porte de una garza. Y la vital brisa del viento azucarado que sonrojó a los cielos para verlos juntos no estaba, era imposible creer que el deseo no se cumpliera para verme realizado, crucificado en cruz de piedra con las letras de Góngora en un cartel que incita a probar más.
Y el destino, magnífico destino disfrazado de palabras inventadas que aumentan las brasas pasionales, muchachitos gripientos que escuchan atentos a Pavarotti entonar:
Una furtiva lagrima |
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Conmovido, el teatro se cae a gritos y alaridos, mutua sonrisa para cada uno, el emocionante viaje retrocede, postrado observa la consumación, cerrado el sepulcro que nunca se abrió; iluminados por la lírica de nuestro amor en redención que no hace más que curar, reparados descansamos y la liviandad de un beso anisado por el tiempo coloca el punto final a la matanza descarada que con horror nos hizo arrancarnos a pedazos la piel. La palabrería se ha quedado corta, el reinado de cupido alegre entre los pomelos sudorosos en una cama hacen de tu azar una vida inimaginable de pasión real; amor de ocho patas, juntaste mi silueta proyectada en la absoluta felicidad y todo por casualidad.
Referencias:
Romani, F. (1832). L’elisir d’amore: Vol. Libreto. https://www.lesarts.com/wp-content/uploads/2016/10/Lelisir-damore_libreto.pdf
Por Alejandro Espinosa
Tú eres desde temprano
un sol moreno recién nacido,
tus bucles cantan antes de ti
como pájaros que miran fijamente la hierba.
Y yo me pongo contento
como poeta en día de paga.
Tu mirada siembra en mí,
flores que luego arrancas.
Son palabras quietas,
también piedras guardadas
en los bolsillos del pantalón de mi alma.
Me cuentas tus deseos, mis ojos
toman el rumbo de la historia de tu sueño,
memoria increíble en su verdad onírica.
Me llena la mirada,
y tú la llevas en brazos hacia tu sueño.
Me quedo dormido en cuanto despiertas, entonces te sueño.