Por Barbarella D’Acevedo
Yo nací, de la frente
de mi padre,
no de un cálido vientre
de mujer.
Quizá por eso,
mis ojos de búho
desde siempre,
incluso muy de niña,
manifestaron al mundo
su tristeza.
Para mí no hubo nanas,
ni arrullos,
o lactancias,
ni juegos infantiles
o el vértigo
de una caricia tierna.
Yo nací del orgullo
de mi padre.
No tuve juguetes,
sólo libros,
máximas
y su orgullo
sin besos.
Con el paso del tiempo
aprendí a sonreír
sólo por compromiso.
A imitar la emoción
de hallarme viva.
Sin embargo,
me asusto todavía
si con cierta frecuencia
alguien me llama: “bella”.
Yo que tanto conozco
no he aprendido
los juegos
de los hombres.
Esas frases…
las fórmulas confusas
de cualquier seducción.
Por eso ahora te ruego.
Intenta tú entenderme,
si acaso me equivoco,
si no sé…
También cuando yerro,
con frecuencia.
Entiende:
soy muy torpe
al hablar del amor.