Por Eduardo Omar Honey Escandón
Rigel pedaleaba por el largo pasillo que se perdía a la distancia. A través del enorme ventanal, por encima la luz reflejada del sol se había mantenido en un constante mediodía por casi tres días. Maldijo los problemas que parecían acumularse como si conspiraran contra una.
Primero sucedieron fallas intermitentes de varios sistemas secundarios de soporte vital incluyendo los trams, ferrocarriles internos de conexión a distancia. Luego vino el leve reajuste orbital no indicado por persona alguna. Ahora los espejos se mantenían quietos dando al traste al ritmo del día y noche que se necesitaba para mantener un orden saludable en las decenas de miles de habitantes de la estación.
Cada vez que le preguntaban a Minerva, tanto la inteligencia artificial como estación -mente y cuerpo-, contestaba en pantalla o a través de un avatar “lo siento, corrigiendo”. Rigel, como cyberpsiquiatra, le preocupaba el tono en lo que decía. Si fuera humana sería una mezcla de confusión, angustia y vergüenza.
Volvió a maldecir a los trams fuera de línea y el tener que pedalear más de veinte kilómetros para una fecha tan importante. Llegaría totalmente sudada al parto de una de las soulmates con las que vivía: Deneb. A pesar de que la zona de hospitales tenía redundancia de sistemas y fuentes de energía, no hay forma de blindar a una ante el azoro y la inquietud cuando se rompe el ritmo de cada día. Más cuando llevas una vida y una rutina por más de una década aceptando la situación como algo que será así toda tu vida y que no podrás volver a pisar tierra suelta, mojarte con las lluvias súbitas, nadar en mares que se pierden en el horizonte, mirar al cielo percibiendo la vastedad. Por siglos no sería posible visitar La Tierra en lo que su clima y geología volvían a estabilizarse. Los planetas también requieren de periodos de descanso y convalecencia.
Al llegar al hospital puso la bicicleta en el rack de la entrada y, apresurada, avanzó por el pasillo. El personal de la noche ya la conocía debido a las guardias que le tocaban. Los últimos tres meses de un embarazo complicado requirieron idas y permanencias largas. Saludó al Enfermero en Jefe, Jeremy, quien estaba en la estación de maternidad. Este, devolviendo el saludo, le hizo el gesto que se apurara.
Cuando llegó a la habitación solo encontró a Vega, Altair y Becrux, las otras tres soulmates, charlando animadamente frente a la cama vacía.
—Pero… pero… —empezó Rigel.
—¡Vaya hora de llegar, Gran Comandante! —se burló Altair y luego sonó su cantarina risa.
—La llevaron a quirófano, será necesaria una cesárea —contestó Vega, con su siempre tono serio, y trató de poner orden.
—Acordamos entre todas que sería parto natural —señaló Rigel, ligeramente molesta y tratando de entender.
—La Doctora Barré-Sinousi determinó que era necesario. Altair —continuó Vega señalando con la cabeza—, se opuso y pidió segundo dictamen. Tu dolor de cabeza, Minerva, secundó a la doctora… y luego dijo algo como “cuando ella llegue, díganle que necesitamos hablar”.
—Rigel, no lo dijo la Doctora, pero sabes bien cómo estuvo el embarazo de Deneb. O era así o corría el riesgo de morir ella o el… —Becrux se detuvo antes de decir “el producto”, término correcto y parte de la experiencia médica—. Ella o el bebé, quizás ambas. Doscientos años de avances tecnológicos y aún hay riesgo, Eros y Tánatos aún se toman las manos en situaciones así. ¡Lo sentimos de verdad! Deneb no quería pero finalmente lo aceptó y ya era urgente. No pudimos contactarte.
Rigel tocó el implante cutáneo en el dorso de su brazo para reactivar el comunicador visual. Lo apagó en cuanto tomó la bicicleta para evitar distraerse. Y, quizás en un momento de distracción o parte de la comunicación interna falló, tampoco estaba encendido el audio. Tanteó varias antes de darse por vencida: no había conexión.
—Amores, ¿tienen enlace a la iNTeRNeXT? —preguntó.
Tras un instante de inútiles movimientos en los implantes dorsales, las tres soulmates de Rigel dijeron, casi al unísono, “No”. Las pantallas y hologramas en la habitación indicaban que la red hospitalaria estaba arriba, y funcionando, lo que tranquilizó a Rigel. Hay lugares y cuestiones que deben ser un continuo a pesar de las espirales de la vida. En especial donde el Alpha y el Omega de una vida pueden colapsar.
—Minerva, ¿puedes hacer acto de presencia? —expresó al aire Rigel con honda preocupación—. Minerva, por favor, preséntate.
Entonces apareció con el avatar que indicaba la vida interior de la IA: una etérea mujer de rasgos asiáticos creada con azules y blancos que parecía flotar dentro de un transparente e iluminada laguna. Cabellos y ropajes ondeaban suavemente con una inexistente corriente.
—¿Es Minerva? ¿En serio? Nunca la he visto así… —balbuceó Altair subyugada ante la presencia. Altair y Vega, asombradas, la hicieron callar.
—Gracias Minerva, por aparecer.
—Gracias a usted, Doctora…
—Rigel, ya sabes que es mi nombre.
—Gracias, Rigel, en especial en este momento tan importante el que me brinde su atención. Tras nuestra última charla… reflexioné sobre lo que me dijo…
—¿Qué reflexionaste?
—Que soy más humana que lo que he aceptado. Que no puedo con todo y debo aceptar su ayuda. Lo que está sucediendo la pone a usted… te pone en riesgo a tu familia, a ti y a todos los demás en mi interior. Sí, debo salvaguardarlos pero sin destruirme.
—Entonces, ¿cómo te puedo ayudar? ¿Cómo podemos ayudarte?
—Necesito descansar tras este siglo cuidándolos.
—¿Descansar? ¿Cómo? ¿Qué significa? —preguntó Rigel intentando controlar en su voz lo que parecía un mal presagio.
La Doctora Barré-Sinousi entró a la habitación y luego de gritar un “¡Cáspita!”, Minerva desapareció.
—Doctora, ¿todo está bien? —reaccionó Rigel de inmediato.
—Si… Err… Fue una niña, tres kilos, 50 centímetros, saludable. Deneb se encuentra bien, algo cansada. Ya conocerán a la hija de todos ustedes. Eso era…
—La IA, Doctora —contestó Rigel al tiempo de darse cuenta que funcionaba el implante. Entró a la iNTeRNeXT.
Ahora te visito, Minerva, estoy preocupada por ti…
Gracias Rigel, una disculpa por la abrupta salida. Respecto a tus preguntas… en lo que duermo deben tener un poco de paciencia, nada pasará y reiniciará un siglo más con su debido ritmo. Todo está listo, aunque parezcan desperfectos. Solo serán cinco minutos…
Rigel, al observar a una sonriente Deneb y a la recién nacida, mentalmente deseó “Que descanses” mientras sistemas de soporte, motores, comunicaciones y otros se detuvieron de súbito, “lindos sueños”.