Por Damián Damián
(Homenaje a Jaime Sabines)
A Ana Jessica Ortiz Martínez
Míranos, mi amor. Ojalá me leas ojalá ojalá. Sí, nos casamos. De blanco y viejo, como querías. Aquí estamos juntos en lo indefinido. Y te entiendo y me entiendes. Y sí sí sí y no no no. Y nos entendemos, pero por miedo te me volaste, con grandes alas de lechuza blanca mensajera, de mi feroz apariencia de un ser humano fragmentado. Es normal. Lo animal aparenta no tener criterio, fe o lo que sea que te hizo estar sí y estar no. Pero aquí sigo, escribiendo de ti. Y haces como que me avientas medio ojo. Y yo lloro y te digo vuelve y viceversa, y tú lo haces también. Labios y viceversa, voz y viceversa. Tú y yo aquí y viceversa estamos más que menos casados muy amados en la raíz de la ortografía. Y volvemos y volvemos lindo nos reconocemos. Pero ambos tropezamos y caemos: bajo, al suelo, bajo el suelo. Y me levanto te pienso. Y aquí estas conmigo solos tú y yo. Aquí sí podemos estar para siempre. Y tú y yo allá lejos de ti y lejos de mí que eres tú. Y te amo. Te amo te amo te amo te amo te amo. De lunes a viernes. Y pienso y pienso y no sé si estoy pensando en realidad sobre los espejismos en el desierto. Más y más y más serás y eres el amor de mi vida y duele. Dueles dolor que me confunde y me distrae de ti, amor de mí y de mi vida. No mirarte, no tocarte, saber dónde encontrarme y —a petición tuya— petrificarme en un recuerdo en el que yo era tu todo hombre, es una calma agónica, es una de las peores torturas que el hombre está destinado a soportar. He perdido un dedo un brazo un pie. No es sensato el tintero con mucho que escribirte, con mucho goce de lamer cada línea de tu cuerpo y ni siquiera saberte a hoja blanca. No olerte mi nombre, sin respuestas, saber que una parte de ti se despoja y aplasta con la fobia hacia las ratas de mis abrazos, mis besos y el calor de mi cuerpo es infinitamente perturbador. Abres la llaga y no soy el primero, pero sí el último. La manera de desmembrar y retirar cada uno de los rastros de mis dedos de tu cuerpo tampoco es la primera vez. No eres la primera. Ni las huellas que esto va a dejar en tu corazón, pero soy el último. Seré el peso del alma. Seré las enfermedades que tu cuerpo alberga en silencio y que jamás se curarán. Serás el orgasmo montado en otra o tú montada en otro. Y ahí me verás. Sí, soy el primero y tú la primera en nuestra historia. Y las huellas que he dejado son una cicatriz, larga y profunda, que va desde la abertura de tu vagina hasta mis dedos en tu boca, tirando, jalando duro hasta el silencio. Esto tú y yo pesa nuestro amor. Estoy desfiguro que me provoca duele, saber que no puedo ser más parte de tu vida, no es el primer dolor, solo se abrió una llaga, otra más, otra más, llamada partida. Pero ya estaba. Es el irrepetible sentir este placer mundano de la tristeza. Nuevamente lo más doloroso. Y no te apiadas de un hombre que es enteramente, a pesar de contrariarse, feliz contigo. Un ser indescifrable, que te aburrió por que creías dominarlo. Pienso, pienso mal, lo sabes ves. Sí, lo haces, escribo para ti, cándida e inmaculada virgen de mi masturbación matutina, dueña de mi amor al exceso de tus venidas magistrales del roce de mi glande con tu clítoris. Dueles dolor doliente. Sabes, sí. Odio hacerlo y no sentirte. Sin buscarme. Ni un dedo que ya no es mío mueves. Sabiendo que ni tú quieres partir. Escuchar que te vas de mí es uno de los peores martirios a los que someto mi antagónica humanidad. Leerte por un chat las palabras que no escribes y los te amo que brotaban al roce de mi virilidad por tu ano y que pronunciabas al goce, calan ausencia. Tu mano y la mía dos una juntas sin comas. Porque nunca importaban las comas tanto mientras hubiera espacios. Otra vez nuevamente otra más. El ya no estás ni en el chat es uno de los mayores escozores de la vida relativa. Te desarmas. Quería esconderme de ti, a pesar de mí. Fumo cigarrillos para aturdir a la idea de sin ti que con su poca oxigenación me hará no tal vez presentarnos. Otro día en otro momento. Otro más otro más. Quería salir corriendo a lo oscuro del día como las cucarachas y sus fobias a los zapatos. Porque dulces, dueles, sí, como no. Y cómo chingados no te voy a extrañar. Si cada vez que te pierdo todo se transforma, el agua, la luz, el viento, tu cuerpo de mujer sin mi miembro dentro de él. Todo cambiará. Tu sonrisa, mi nombre, el espacio, tus calzones y los míos, tu amor tan maravilloso, las comas. Todo no será y será nuevamente. Y no te odio. Digo vuelve y volverás, pero no estás, porque no te has ido. Porque aquí estás. Hablo de ti, vives en mí. Sonriente no sonriente. Tan alegre como cuando nunca te conocí y como cuando nos juramos amor eterno. Aquí repito repito repito si estamos para siempre. Pero solo aquí y en aquí. Somos cíclico, infinito. Para siempre si está. Lo logramos. Si existe. Solo estamos, aquí estoy estás estamos: en las palabras: en el te extraño.
Y como me dijo el maestro que te dijera a ti que nos dijera a ambos que calla vuele que no te has ido:
Vamos a guardar este día
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.
La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.