Por Víctor Manuel Muñoz Chaves
Lo había dejado todo perfectamente preparado.
Él ya había sido «Ángel de la guarda» en otras ocasiones, de algún amigo que había muerto prematuramente. Al fin y al cabo, no era la primera generación que moría desde la creación de las redes sociales. Todo el mundo se había acostumbrado a la nueva funcionalidad de Facebook. Legó el privilegio a David, uno de sus mejores amigos, quien se encargaría de gestionar su perfil durante la semana siguiente de su muerte. A diferencia de las otras ocasiones, vio reducido su trabajo a la mitad porque todas las cosas que tenían que hacerse durante el velatorio y el entierro, las más pesadas, se las iba a ahorrar al ser él el fallecido. Quieras o no, es un alivio.
Por suerte la muerte le llegó lentamente, así que pudo twittear desde su cama del hospital cómo se sentía en cada momento. Nunca como ese día tuvo tantos seguidores, y ese es un buen recuerdo para llevarse a la tumba. Todo el mundo estaba ya al corriente de las vicisitudes del acontecimiento, como qué ataúd había elegido, el lugar donde se celebraría el velatorio e incluso las flores que iban a ponerle. Igualmente se tomó la libertad de elegir lo que quería que se leyese en su misa, e incluso hizo una encuesta sobre qué fragmento les gustaba más a sus amigos. No puede decirse, por lo tanto, que su muerte llegara por sorpresa.
Cuando finalmente murió, lo primero que hizo David fue actualizar su estado a «Fallecido» y encargarse de ir colgando fotos que pudieran simbolizar sus últimos pasos: la cama ya vacía, el pasillo por el que se lo llevaron, la sala de espera con los hijos destrozados, el velatorio, etc. Todas ellas se llenaron de «Me gusta» y mensajes de recuerdo al fallecido y ánimo a la familia. Una vez en el velatorio, todos se aseguraron de salir en la foto para ser etiquetados y demostrar que estuvieron allí despidiendo a su amigo. El entierro finalmente fue emitido en directo por internet para todos aquellos que no habían podido asistir.
A la semana el perfil quedaba totalmente cerrado a nuevos comentarios, pero abierto a todos los usuarios que desearan verlo y reconstruir la vida de su amigo. El dibujo de un bebé acompañaba la fecha de su nacimiento, y el de un ataúd (aunque este era personalizable según tu religión) el de su defunción. Un gran «Nos ha dejado» encabezaba la portada de su biografía.
De esta forma pasó a formar parte de los millones de perfiles de gente muerta, que ya superaban a los vivos.