El final

El final

Por Tristán, el poeta frustrado

Yace aquí en mi regazo
anda, no voy a hacerte daño.
Acompáñame,
toma mi mano
que expiaré todos tus pecados.

En mí no hallarás juicio
yo soy imparcial,
trato por igual a niños y viejos.

Sé que has sufrido,
lo he visto, cerca de ti me he encontrado
a pesar de que no lo hayas notado.
He sido yo la causa de tus lágrimas,
quien se llevó a las personas que amabas.

Pero no huyas de mí, si no es hoy te llevaré mañana,
acompáñame en mi andar, sé que estás cansado de tanto cargar.
Llevas en tu lomo tantas penas y desgracias,
vamos, suéltalos, déjalos en el olvido.

Ven conmigo, nadie notará que te has ido,
todo seguirá igual, nadie te extrañará.
Yo soy la única a quien le has de preocupar,
créeme, hablo con la verdad.

Cientos de viajeros han venido a parar conmigo
algunos desean mi compañía;
¿y tú, te niegas a que yo exista?
Lloriqueas como un niño ante mí,
¿crees que con tus lágrimas me voy alejar?
¿Acaso crees que te tendré piedad?

Soy parte del camino.
Soy la muerte.
Soy el final.
Soy tu destino.

Pronto vendrán

Pronto vendrán

Por Maximiliano Guzmán


La luna en eterna agonía va ennegreciéndose en mis ojos. Mi noche es una sombra de monstruos famélicos que se niegan a devorarme. Margarita recita el Padre nuestro

—No intentes reconciliaciones —le digo pesimista. Secándose las lágrimas, ella me contesta:
—Seremos los próximos anfitriones de la fiesta.
—Pero no veo que hayamos preparado ninguna fiesta —le digo cabizbajo.
—¿No ves que nos vamos volviendo invisibles? —me pregunta, persignándose
—No puedo verlo. Ella, sentada a mi lado, acerca su mano izquierda y la posa sobre mi pecho.
—Cuando ya no me escuches ni me… —Al decir estás palabras, Margarita saca su mano y duda si seguir hablando.
—¿Qué esperamos? —le pregunto observando cómo su rostro empieza a desaparecer.
—Esperamos que vengan ellos…
—¿Quiénes son ellos? —quisiera comprenderla. Margarita se pone de pie.
—Debo limpiar, arreglar toda la casa, mostrarles que fuimos felices.
—¿Fuimos felices? —le pregunto, olvidándome de los mejores recuerdos. Margarita gira la cabeza, mirando hacia el espejo.
—Pronto vendrán —me avisa. Y la veo yendo de un lado a otro, acomodando cajones, lavando a mano la ropa, sacando el polvo de los muebles, corriendo las cortinas. Me señala las ventanas.
—No…
—Pero tengo que hacerlo —me dice con la voz entrecortada.
—¿Por qué?
—Cuando lleguen los invitados no queremos alejarlos.
—Pero hace frío.
—¿Aún lo sientes?
—¿Y los cuervos? —pregunto preocupado.
—Vendrán ante los invitados, te lo prometo.
—¿Por qué crees que lo harán?
—Porque nos extrañarán. Querrán… —pero se detiene— es mejor que durmamos.

Y acercándose a la cama, ella se coloca a mi lado, abrazándome. Golpean la puerta, una vez, dos veces. Solo deben mover el picaporte, pienso. Y de una patada la puerta violentamente cae. Un policía camina tapándose la nariz, detrás de él lo siguen tres bomberos que repiten el gesto. El encargado del edificio empieza a llorar. La vecina del 5to C le explica al policía algo sobre mis hijos. El policía garabatea en su anotador y les pide a todos los presentes salir del departamento. 

Margarita me dijo que vendrían. Tendría que haberle dejado abrir las ventanas, pienso. Regresan los bomberos con el policía, acompañado de otras personas. Estas nuevas personas nos miran con dolor y resignación. Conversan sobre cómo movernos y llevarnos a un lugar más cómodo, donde Mariano y Clementina nos reconocerán. 

—Pensé que iba a ser aquí la fiesta —le digo a Margarita que angustiada sabe que se ha equivocado.
—Estaremos bien, estaremos bien —contesta, mirándome por última vez
—No te vayas —le digo.
—Vení conmigo —me dice y me aferro a su espíritu, flotando livianos. 

El regreso del marino

El regreso del marino

Por Baltazar Cordero Tamez

A dónde más tendría que volver
tras el viaje y como única salida,
si no es a tus entrañas mar de vida,
mar de amor, dolor y atardecer.

Cuántos años con la luna de romance
arribando a puertos diferentes,
concluyeron y al regreso con mi gente
no pudieron atracar, estuve en trance.

Ya en la meta mis pasos se agotaron
y espero desde un féretro la hora,
afuera hay silencio, alguien llora
al marino que alguna vez amaron.

En pos de ti y dentro del carruaje,
oyendo las pisadas rumbo al fuego.
No siento mas no hay odio ni ego,
solo ilusión de ti en mi negro traje.

Al mar me fui en la edad temprana,
al mar quiero volver en mis cenizas,
la procesión avanza y no hay prisa,
me cantan trompetas y campanas.

Placeres eternos de sal, luna y sol
me esperan en tu lecho y tu regazo,
al mar avanzan mis postreros pasos
al encuentro de este eterno amor

Estréchame muy fuerte a mi llegada,
mar de la esperanza y el sosiego.
A tus profundas aguas casi llego
pleno y feliz a mi última morada.

La semejanza

La semejanza

Por Douglas K Currier

A Luis Llarens

La de ella es la cara que veo en sueño,
la que espero en la lluvia –mujer
con la cabeza envuelta en negro, solo
un rostro, un semblante sin cuerpo
más que una mortaja negra,
la sábana santa de la noche.

Lluvia, lágrima –no importa. Sé que
viene por mí, es mi señorita
de campana que me escolta al barco.
Un amigo, vos, años atrás, captó la apariencia,
la presencia, el retrato de la mujer,
Nuestra Señora de la Sagrada Muerte.

Me sirve de guía, yo escudriñando
todas las caras mojadas que encuentro,
buscando la semejanza.

La última flor de la Tierra

La última flor de la Tierra

Por Cesco Ram

El hombre y la mujer
perecidos.
Íngrimas tierras
sin fauna, sin agua, sin verde.

Puños vivaces de un sol
golpeando muertas montañas,
muertos suelos,
muerto horizonte,
muerto todo.

Los serafines lloran,
desgracia desconsolada
en deseo de salvarme la raíz.
Luna vestida de luto
velando tumbas.

Pobres difuntas hermanas
enterradas en tierra ponzoñosa.
Vivo sola, asida al silencio absoluto
de este cuerpo celeste,
nube de hediondez.

Al morir mi alma ascenderá
por los grises cielos
que descansan en paz.
Llevaré conmigo
la única prueba
de lo que se decía vida.

Lo que fue y pudo ser,
pero no pasó.

La muerte del sepulturero

La muerte del sepulturero

Por Fran Nore

Al «padrecito»

Hoy se ha ahorcado el sepulturero del pueblo, le decían «el padrecito», dos años laborando en el cementerio municipal, igualmente dos años de campanero y de custodio de la iglesia parroquial, seis años antes en la cárcel purgando una confusa condena por un crimen atroz contra una mujer, hecho que se disputó en la Corte alegándose su inocencia, por lo cual le rebajaron la sentencia. Luego se nos vino encima la pandemia y él sobrevivió a las sorpresivas y repentinas muertes que han conllevado los años 2020 y 2021 por el COVID-19. Mejor dicho, un hombre con alma de hierro y cuero de gallinazo. Pero ahora con su muerte la comunidad está en una encrucijada: el pueblo está sin sepulturero y sin campanero para la iglesia; ningún parroquiano quiere asumir la responsabilidad de aquel pesado cargo, muchos hombres temerosos tienen razones de sobra ante los acontecimientos. Mientras tanto, en toda la comunidad aumentan las defunciones por COVID-19. Tendremos habituales domingos sin campanazos, no se sabe por cuánto tiempo. Actualmente, una tras otra las personas siguen muriendo, irremediablemente.