por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Arturo Waldo
I. Rostro
Sorprendido, descubrí el espejo. Miré mi rostro y puse atención a todos los detalles. Mi nariz, mis ojos, la forma de mi cabeza y mi piel. —¿Este soy yo?— me pregunté.
II. Sexo
Bajo la banca, Ana y Karen nos revelaban su naturaleza. Mi ingenuidad no alcanzaba a comprender qué significaba aquello. De una semilla risueña brotaba el descubrimiento del sexo.
III. Labios
Sonó la campana de la escuela cuando Isela se acercó a mi rostro, dispuesta a besarme. Sus labios tocaron los míos. Su lengua tocó la mía y fue así como nos hicimos novios.
IV. Ombligo
Encerrado en mi habitación, me escurría el sudor con cada serie de lagartijas: una, dos, tres, y así hasta doce. Después, las abdominales: uno, dos y a la tercera… un dolor terrible. ¡Mi ombligo salió a dar un paseo!
V. Cráneo
Amarré mi patín del diablo a la bici. —¡Más rápido, más rápido!— le grité a mi vecino, quien pedaleaba a toda velocidad. Al llegar a una curva salí disparado y mi cráneo rebotó en el concreto como balón de fútbol.
VI. Sangre
—¡El que sigue!— gritó la enfermera sujetando la aguja con la que le sacarían sangre. Después de veinte minutos le negaron la oportunidad de ser donador. —Si sigues así, no llegarás a los treinta—.
VII. Nariz
Hurgaba su nariz para sacarse los mocos. Cada día hurgaba un poco más. Al centésimo día dio negativo a Covid.
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por El hijo de los hombres
Miro mis ojos frente al espejo
allí está el tiempo que no fue,
el camino que no recorrí,
el sol cansado,
la memoria detenida y breve,
el poema impenetrable,
el árbol sin raíces,
la flor sin pétalos,
la tierra inútil,
la oscuridad que no se puede medir,
las inquietas y desafortunadas hojas,
la palabra sin miel, el silencio insonoro,
la tortura irrealizable
y todo aquello que nadie sabe nombrar.
Frente al espejo no soy más que un cuerpo,
un cuerpo que cae:
algo le falta a este cuerpo.
No me confundo
con el que tuvo que pararse sobre los tejados
a dar gritos llamando a la blancura
o al tiempo que todo perdona.
No tengo similitud
con un paraje relegado a cambiar de estadío
constantemente,
ni con un hombre debilitado por ausencias,
distancias ni desilusiones.
No necesito aceptarme como soy
ni transformarme en un bosque enigmático,
solo permanezco ahí,
silencioso,
contemplando mi vastedad que acuna,
su calendario,
la profundidad de la espina.
Habito este silencio
con la prestancia de ese mismo silencio
mi cuerpo respira profundamente;
evoca el conjuro
y giro la llave.
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Daniela Estrada
por Redacción | Abr 6, 2021 | Abril
Por Jessica Gala
por Eduardo Omar Honey Escandon | Abr 6, 2021 | Abril
Por Eduardo Omar Honey Escandón
Tras una extenuante jornada, al bajar del metro, las Miradas aún la perseguían. No quiso enfrentarlas de nuevo así que caminó por el andén, subió las escaleras y se enfiló a la salida. En la estación vagaban los fantasmas del No me doy cuenta.
Al salir, sabía que las Miradas continuaban detrás suyo. Aceleró el paso y el eco de su prisa resonó contra las paredes. En la avenida rondaban los susurros del No veo lo que sucede.
Nerviosa, trastabilló delante de una tienda. Al recuperar el equilibrio, observó en el reflejo del escaparate que las Miradas la cercaban más y más para alcanzarla. En los negocios alrededor pulularon los anónimos del Si no es mi asunto.
Pensó que su bolso era el objetivo y lo soltó. No fue suficiente: las Miradas la empezaron a envolver. Entonces se libró de los zapatos de tacón, de la blusa, la falda y la ropa interior. Arrancó aretes y anillos.
Fue inútil. Las Miradas rieron, la víctima propiciatoria lo es sin importar la vestimenta.
Razonó que, quizás al ser un Nada-Nadie, sería absuelta. Separó su larga cabellera. Dejó atrás sus senos, nariz y boca. Sin rasgos distintivos no debería haber señalamiento o pretexto alguno. Pero más Miradas llegaron, más la envolvieron, más la tocaron.
Desesperada, sin poder llorar, se tiró al suelo y aventó cada pie y pierna a los ojos que la acechaban. No fue suficiente. Las Miradas eran moscas del panteón, volando aquí para allá, en pos de cualquier resto.
Se despojó del óvalo sin rasgos de su cabeza, desprendió cada falange y dejó que los brazos reptaran fueran del torso. Así, no siendo, soñó que era suficiente.
No resultó. Las Miradas, impertinentes, la siguieron devorando. La no mujer, la no persona, desde su abismo interno, las maldijo, puesto que se haga lo que se haga, siempre están allí, donde lo que dices no es verdad.