Por Damián Damián
—La responsabilidad al afecto es voluble —decía—. Carece de presencia, en principio, pues es parte de nuestra líquida modernidad. Es lo que ha generado y degenerado tanto odio y repulsión entre los seres humanos. Tantas diferencias.
Todos en el concilio palidecíamos de lo mismo: desamores, nulo compromiso, irresponsabilidades, engaños atados a corazonadas superfluas.
Y continuaba.
—Ellas, las mujeres, las cosificadas, ahora nos hacen pagar los platos rotos por todo. Incluso a mí, Mr. Sadness, me banalizaron, perpetraron mi femineidad, no solo un día, sino un año terrestre, a mi cuerpo le tiraron inconscientemente las puertas y ventanas, siendo mi único pecado nacer hombre, amar y considerar. ¿Merezco cada puñalada que, sin osadía clavan, cuando ya cargo con mis propias heridas? Heridas que la sociedad nos lacera junto a la apatía entre la disparidad del sexo.
—Sí Sadness —decía el Dr. Manhattan, señor del tiempo, amigo mío, hermano, camarada—. Somos muy considerados. Pues no están razonando que los pocos hombres buenos, de carácter humano, queremos entenderlas, apoyarlas, verlas crecer, retoñar. No consideran que después de la vida, el tiempo es lo más valioso en los seres vivos. Y no importan las tempestades a las que se someta el hombre por amor a ella, tiempo da, tiempo se le muere. Ellas y nosotros venimos del mismo vientre y, nuestras madres, solo nos alimentaron de la cultura que por siglos ha predominado en el constante cambio de la realidad. ¿Tan mal han quedado a lo largo de los siglos que ya no distinguen de la bonanza de un hombre y la perpetuidad de un animal? Maldigo mi consuelo que me baña y regocija en las fauces amorosas de la memoria.
La pronta rebelión idílica, discusión y reflexión se tornó melodramática, todos a disgusto doliente por el maltrato con amor de la mujer al hombre en un tiempo accionarial, revolucionario para la gente aún más común.
—Claro que es una cuestión de muchas, pero de estigmas, considero —estremecía a voz de mando Miss Cósmica, la come hombres, la devora planetas, la traga años, la que estuvo en la creación de la tierra, los mares y el cielo (y que con usura dejaba en claro que, presumiblemente, a su trinchera han caído más de mil hombres)—. La mujer siempre ha tenido presencia en la tierra humana, es la mismidad única dadora de vida, pero por negligencias que nosotras mismas hemos permitido tenemos heridas, como ustedes, los ángeles caídos. El primer estigma lo creó Dios, ante su cruz enajenante, aminorando nuestro cuerpo de mujer dador de vida por mero egocentrismo. Ese macho que nació en nuestro pueblo y que viene del vientre de una mujer, como dices, Manhattan, nos destripó, nos humilló y nos esclavizó al pensamiento del ser sin estar presente y viceversa ¿cómo no vamos a querer que paguen todos los platos rotos con sed de sangre y destrucción?
De súbito recriminó el Ingeniero, ser intergaláctico, luz en su composición, creador de las formas, creador de la naturaleza, encarnando a un hombre de aparente edad promedio, barbado, con las pupilas casi blancas.
—Diseñé los cuerpos a semejanza el uno del otro, tan iguales y compatibles para la procreación. Ellas como ellos, humanos. En ningún momento mi naturaleza los dotó de diferencias o desventajas ante la supervivencia en un mundo donde uno nace, se reproduce y se muere. El envenenamiento que a sus mentes dio infelicidad nació de las revoluciones ideológicas que se inclinaban a la beneficencia de unos pocos. Nunca, en ningún momento, di poco seso que les impidiera reflexionar que lo justo en dos seres iguales parte de la unidad de entre ellos. Dios tuvo la culpa de sembrarles la superioridad a los hombres, perdiendo solo una costilla. Y lo único que reforzó esa creencia fue el miedo al que él mismo le derribó la valentía y cobijó con cobardía.
Siendo yo el señor de la tristeza, tenía que describir la punzada que me desangraba el corazón más que el silencio, como a todos en la mesa tierra y plana.
Insistí.
—No encuentro fundamento coherente en las féminas, pues causar la destrucción de lo que esencialmente es inmaterial, de todo lo presente, es arbitrario. Hoy podrá desaparecer, pero sus gobernantes lo volverán a edificar. Por gusto, simple estética y conveniencia. Todo pensamiento e ideología puede deconstruirse una y otra vez. Pero esa transgresión de las ideas en los cuerpos o genera caos o degenera realidades, para bien o para mal. Y es lo que no han entendido.
Y los sórdidos Pachamama y Reuters Nolds, dos maestros del puño borracho, rocanroleros, un ser de dos cabezas, que duerme, medita y respira solo azufre, señores de la modernidad y la fluidez dijeron a su momento.
—¿Cuántos ángeles caídos tendremos que espinarnos las manos con aquellas desconsideradas? Somos tan de carne y hueso como ellas ¿acaso el agravio de los años traumatiza tanto a las jóvenes, a las que poco han sufrido el martirio que sus antepasadas realmente soportaron en silencio? Ellas, las jóvenes, no se dan cuenta de que son una transición en el pensamiento materializado ¿realmente transformar las relaciones sociales y asociales priorizará su posición en un mundo donde domina la riqueza y la creencia? Si no es así, eso parece. Entendemos perfectamente que mueren violentadas, violadas y mutiladas. Pero ¿y nosotros los desterrados? Los que las vemos como lo más sagrado ¿qué podemos hacer ante el sosiego de la eterna maternidad disfrazada del hombre utilitario y que, sin embargo, no todos permitimos el disfraz? No es una lucha de clases, ni siquiera de género, se ha deformado a una lucha de dominio y poder, y que es como en realidad ha sido siempre ¿no lo ven? Ellas y nosotros ¿por qué tenemos que ahogarnos en la tristeza? Cuando los muertos están, ya hay una paz perpetua. Nosotros morimos, también desmembrados, violados y violentados. También nos asesinan. Es parte de la humanidad y su misma selección natural. Parte del destino, incluso. ¿Por qué los vivos castigamos con la muerte a la misma muerte si solo se genera más dolor y sufrimiento? Las muertas no van a regresar. ¿Por qué castigarnos con la innegable sensación de dolor por toda una eternidad cuando las cabezas que tienen que rodar están en el poder, están en lo alto? Que las insensatas tomen el palacio de gobierno y lo hagan arder; caos quieren, caos sobre lo único que importa: la tiranía. Caos sobre las cámaras, los magisterios, las cortes, muerte al Rey Nevado porque, aunque definitivamente no es culpable, solo así tendrán un cambio. Tienen que poner en jaque al Rey. Solo así habrá un cambio físico, uno que pueda calmar su sed. A pesar de ser dos cabezas homosexuales en el mismo cuerpo tenemos nuestras diferencias al amarnos y llegamos al entendimiento ¿por qué nuestro corazón se tiene que desangrar ante sus miedos e inseguridades, ante su absurda autoindependencia y errónea autocracia mental?
Al poco instante hubo silencio. Todos nos mirábamos abismales. Tan lejanos, tan asquerosamente lejanos. El antro melancólico al que acudimos, abandonado a la mismísima miseria, tenía un tanto turbada la estancia por los cantos y alaridos de agonía que en el fondo del llanto penetraba las paredes del lugar. Sin embargo, los sonidos hicieron más que proveer al concilio la naturalidad de renegados de un sistema que cuestiona las nuevas olas inconscientes e inconsistentes de la raquítica sociedad.
Entonces, el maestre Pichelingue, el sabio al que todos esperábamos escuchar, señor de la oscuridad y la nada, viejo sin sexo, redentor y nuevo dueño de la clásica escuela de la filosofía griega del primer mundo, proveniente de las tierras de Azca, tomo la palabra.
—Entiendo sus sentimientos, sus cuestionamientos. Sobre todo los tuyos Pachamama y Reuters, que vives con el estigma moral. Las hembras y los machos nunca dejarán de comportarse como tal. He vivido más que todos aquí y he podido constatar que los problemas de la antigüedad son los mismos que los presentes. Ellas tienen que luchar por lo que les corresponde, más posición en un mundo de superposiciones. Ellas que aguantaron la oscuridad en sus vientres, ahora deben dar a luz sus ideas ante la conciencia de clase de un Dios macho, como dicen. Ellas pueden destruir todo, es necesario, para que contemplen la catarsis de una sociedad que por principio no ha reprochado de ellas, y también ha sido engañada, doblegada por unos cuantos poderosos. Siento gusto de que ellas rompan corazones, exterminen emociones; pan recibe el que pan da. Ellas darán a luz corazones que un día sufrirán. Y no está mal. Enamorarse y dolerse no es culpa de una persona o ser, es una cuestión hegemónica de ideales que demacran o benefician a una sociedad. Tendrán hijos hombres y pensarán qué destino tendrán en un mundo de mujeres, donde ser persona ya pasará a ser simple carne. Donde ser hombre, es estar en crisis. Las que luchan por su tiempo, Manhattan lo sabe perfectamente, florecerán después de la época maternal. Florecerán a su tiempo.