Por Maximiliano Guzmán


La luna en eterna agonía va ennegreciéndose en mis ojos. Mi noche es una sombra de monstruos famélicos que se niegan a devorarme. Margarita recita el Padre nuestro

—No intentes reconciliaciones —le digo pesimista. Secándose las lágrimas, ella me contesta:
—Seremos los próximos anfitriones de la fiesta.
—Pero no veo que hayamos preparado ninguna fiesta —le digo cabizbajo.
—¿No ves que nos vamos volviendo invisibles? —me pregunta, persignándose
—No puedo verlo. Ella, sentada a mi lado, acerca su mano izquierda y la posa sobre mi pecho.
—Cuando ya no me escuches ni me… —Al decir estás palabras, Margarita saca su mano y duda si seguir hablando.
—¿Qué esperamos? —le pregunto observando cómo su rostro empieza a desaparecer.
—Esperamos que vengan ellos…
—¿Quiénes son ellos? —quisiera comprenderla. Margarita se pone de pie.
—Debo limpiar, arreglar toda la casa, mostrarles que fuimos felices.
—¿Fuimos felices? —le pregunto, olvidándome de los mejores recuerdos. Margarita gira la cabeza, mirando hacia el espejo.
—Pronto vendrán —me avisa. Y la veo yendo de un lado a otro, acomodando cajones, lavando a mano la ropa, sacando el polvo de los muebles, corriendo las cortinas. Me señala las ventanas.
—No…
—Pero tengo que hacerlo —me dice con la voz entrecortada.
—¿Por qué?
—Cuando lleguen los invitados no queremos alejarlos.
—Pero hace frío.
—¿Aún lo sientes?
—¿Y los cuervos? —pregunto preocupado.
—Vendrán ante los invitados, te lo prometo.
—¿Por qué crees que lo harán?
—Porque nos extrañarán. Querrán… —pero se detiene— es mejor que durmamos.

Y acercándose a la cama, ella se coloca a mi lado, abrazándome. Golpean la puerta, una vez, dos veces. Solo deben mover el picaporte, pienso. Y de una patada la puerta violentamente cae. Un policía camina tapándose la nariz, detrás de él lo siguen tres bomberos que repiten el gesto. El encargado del edificio empieza a llorar. La vecina del 5to C le explica al policía algo sobre mis hijos. El policía garabatea en su anotador y les pide a todos los presentes salir del departamento. 

Margarita me dijo que vendrían. Tendría que haberle dejado abrir las ventanas, pienso. Regresan los bomberos con el policía, acompañado de otras personas. Estas nuevas personas nos miran con dolor y resignación. Conversan sobre cómo movernos y llevarnos a un lugar más cómodo, donde Mariano y Clementina nos reconocerán. 

—Pensé que iba a ser aquí la fiesta —le digo a Margarita que angustiada sabe que se ha equivocado.
—Estaremos bien, estaremos bien —contesta, mirándome por última vez
—No te vayas —le digo.
—Vení conmigo —me dice y me aferro a su espíritu, flotando livianos.